Los verdaderos introvertidos saben que no hay límites para evitar comunicarse con otras personas. Para los extrovertidos puede parecer una locura, pero tiempos desesperados requieren medidas desesperadas.
Una vez, Charles Bukowski dijo: "No odio a la gente, solo me siento mejor cuando no están cerca." A los introvertidos no les da miedo la gente, lo que les da ganas de huir y esconderse son esas pequeñas interacciones superficiales e incómodas en las que todos caemos. No podemos culparlos. Además, a veces uno necesita estar a solas con sus pensamientos y que no vengan a interrumpirte.
Si piensas que los introvertidos son vagos y carentes de motivación, es que nunca les has visto huir de una situación social. Aquí debajo tienes las pruebas que necesitas. Si tú también has hecho algo así alguna vez, añádelo a la lista.
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He conseguido un trabajo en el que interactúo todo el día con perros en vez de con personas. Es una bendición.
Mi abuelo se ha muerto unas 15 veces para salvarme de ciertos compromisos sociales. Es todo un campeón.
Tuve un trabajo de oficina durante 6 meses, y no me gustaban nada mis compañeros, así que para comer me metía en el coche para simular que iba a por comida, pero aparcaba en el parking de un centro comercial cercano para comer la comida que yo mismo me había preparado. Podría haber ahorrado gasolina y tiempo sentándome solo en una mesa de la oficina, pero alguien habría intentado hablar conmigo.
Mi compañera de piso habla mucho. Si se lo permito, puede estar hablándome durante horas. Así que a veces, cuando no estoy de humor, me meto en el coche y conduzco por ahí hasta que llega la hora en la que ella se va a la cama.
Una vez, alguien intentó charlar conmigo de cosas intrascendentes. Literalmente le dije "No hablo con gente" y me fui.
Tomo nota de las rutinas de una persona: a que hora llega, se va, a qué sitios va... y uso esa información para evitarlos.
Una vez tenía dos citas a la misma hora. Llamé a ambas, les dije que tenía que ir a la otra, y no fui a ninguna.
En mi último día de trabajo, llamé para decir que estaba enfermo para no tener que despedirme de la gente.
Solicité empleo en otro país, cuyo idioma no hablo, para poder evitar conversar con los compañeros de trabajo.
Estaba en un vuelo de 12 horas y no me levanté para ir al baño para no tener que molestar a la persona que se sentaba al lado. Tampoco quise rechazar las bebidas que ofrecían las azafatas por no parecer descortés. Fue muy doloroso...
Un día, yendo a mi cafetería favorita, el barista me saludó por mi nombre y recordó lo que siempre suelo pedir. Dejé de ir ahí.
Cambié de tareas en mi oficina. Las que hago ahora me aportan menos dinero, pero no tengo que hablar con invitados.
Aprendí alemán. ¿Que viene un desconocido a tu casa intentando venderte algo y no quieres hablar con él? Dile algo en alemán y se largará.
He puesto cinta adhesiva en la parte de arriba y abajo de la puerta de mi habitación en la residencia de estudiantes, así como en la mirilla, para que nadie sepa desde el pasillo si tengo las luces encendidas o no.
Borré los nombres de la gente de mi teléfono, para que cuando me llamen solo vea que es un número desconocido, y como tal, no tener que responder.
Simulé que tenía un segundo trabajo por las tardes para no tener que ir a las fiestas y poder quedarme en casa jugando al Warcraft.
Cuando era adolescente, hacía que mis padres me castigaran a propósito para tener una buena razón para no salir con los amigos durante un par de semanas, mientras recargaba mi batería.
La última vez que fui solo al teatro, compré 3 entradas: la mía y las de los 2 asientos a ambos lados, para que nadie se sentara a mi lado.
Una vez simulé haberme ido a otra ciudad durante una semana entera para poder saltarme las clases y que nadie me buscara.
Una vez estaba en casa de mi novio cuando llegó un amigo suyo sin avisar. No tenía ganas de conocer a una persona nueva ese día, así que me escondí en el armario hasta que se fue.
Fui al gimnasio a las 2 de la mañana, vi que aún había una persona dentro y esperé en el aparcamiento hasta que se fue.
Una vez ligué con una chica en un bar. Yo tenía 19 y ella 26. A eso de las 3 de la mañana decidí que quería estar solo. Así que fui por la casa adelantando los relojes a las 6:30. Hasta salí a cambiar el reloj de mi coche. La desperté y le dije que era por la mañana y tenía cosas que hacer. Se sintió muy confusa, quizá solo llevara unos 30 minutos durmiendo. Pasamos por delante de un banco de camino a su casa, con un enorme reloj luminoso que decía que eran las 3 y pico de la mañana.
No le hizo ninguna gracia. No volvimos a hablar.