Cuando vas a una cita en un restaurante elegante, una acogedora cafetería o, incluso, a un local de comida rápida, a menudo sueles olvidarte de que hay personas que están presentes en todo momento: los camareros. Lo más probable es que quienes trabajan en el sector de la restauración no escuchen cosas que no deben a propósito, sin embargo, no pueden evitar darse cuenta de lo que sucede con sus comensales cuando una cita sale terriblemente mal.
Aquí hemos recopilado algunas historias sobre las peores y más incómodas citas que los camareros han presenciado y que han compartido en este y este hilo de Reddit. Continúen leyendo este artículo para enterarse de algunos de los encuentros románticos más vergonzosos, dramáticos y extraños que han ocurrido, y que los
camareros no podrían haber ignorado ni aunque quisieran.
Pero debemos advertirles, queridos pandas, que las historias aquí exhibidas podrán llegar a provocarles un episodio grave de vergüenza ajena.
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Me tocó atender a un chico al que claramente habían dejado plantado. Había hecho la reserva con antelación y llegó unos 10 minutos antes, se lo veía bastante tranquilo pero miraba constantemente su teléfono y su reloj. Media hora después, pidió una pizza grande y pasaron otros 20 minutos hasta que se la llevé a la mesa. En ese momento comencé a sentirme mal por él, pero no tenía idea de qué hacer. Pasaron otros 15 minutos hasta que finalmente decidió comerse dos porciones, ya había pasado una hora y media desde que había llegado al lugar cuando decidió irse. Justo antes de que pidiera su comida para llevar, una de las camareras que estaba de turno decidió tomarse su descanso para sentarse con él.
Dejé de trabajar allí hace unos meses, pero por lo que sé todavía siguen saliendo.
Cuando trabajaba en una cafetería, con mis compañeros vimos a una pareja de adolescentes muy nerviosos durante su primera cita. El local estaba cerca de una escuela secundaria y un cine, así que ver esto no era algo inusual. No obstante, cuando el pobre chico quiso irse con el coche de su madre, acabó pisando el acelerador por error y el auto acabó en el pantano que se encontraba detrás de nuestro estacionamiento. Tuvieron que acudir la policía y los bomberos, su madre llegó poco después a recoger al chico. El único herido en este accidente fue su orgullo.
Otra anécdota es de una cita que empezó horriblemente y acabó de maravilla. Entraron dos chicas de unos 20 años para su cita. Nadie sabe cómo sucedió pero, al parecer, una de ellas estaba muy nerviosa al pasar por la puerta giratoria y al caminar más rápido de lo que la puerta se movía y acabó chocándose contra el cristal. El golpe sonó muy mal, la chica comenzó a llorar al instante y yo me acerqué rápidamente con un trapo lleno de hielo. Tenía un chichón en la frente y un pequeño corte, pero más allá de eso se encontraba bien. En un momento, miró al techo y gritó: “¡¡Esto es tan vergonzoso!!”. Con mis compañeros les ofrecimos café y toda la bollería que quisieran comer de forma gratuita. Ambas se quedaron hasta la hora del cierre y se fueron tomadas de las manos. Espero que aún sean felices.
Trabajaba como chef y jefe de cocina en un restaurante y una noche una mesa solicitó que me presentara. Era uno de esos típicos casos donde quieren “conocer al chef”. Me puse una chaqueta limpia y me dirigí hacia una de las mesas más reservadas del salón donde, al comenzar la noche, los comensales que estaban allí sentados nos pidieron que les dejáramos las luces apagadas. Mientras caminaba, uno de los camareros me dijo: “Prepárate para lo que verás”.
Cuando llegué a la mesa, me encontré con un chico que no tendría más de 20 años, estaba muy bien vestido, pero no estaba bebiendo, ni comiendo nada: simplemente estaba sentado allí como si fuera un maniquí mientras sudaba a mares. Entonces observé a su cita: la mujer tenía unos 50 o 60 años. Era terriblemente delgada, tenía la piel flácida y bronceada en exceso, y llevaba los labios pintados de un rosa neón que no hacía más que destacar el amarillo de sus dientes. Frente a ella, había una botella de vino vacía y, al moverse, se escuchaba el sonido de la gran cantidad de pulseras que llevaba en el brazo. No dejaba de sonreírle al chico y me di cuenta a simple vista de que estaba frotándole la entrepierna con el pie.
Intercambiamos un par de palabras y el chico me preguntó si podía acompañarme a la cocina por un momento porque solía trabajar en el mismo restaurante pero en otra ciudad. Le respondí que por supuesto y, apenas nos alejamos, me comentó que sus amigos le habían organizado una cita a ciegas y que la mujer era obviamente una prostituta. Estaba aterrorizado, como si estuviera en medio de un secuestro, así que lo deje salir por la puerta trasera de la cocina. Nunca en mi vida había visto a nadie caminar tan rápido hacia su coche y así fue como se largó de allí. Lo más gracioso es que la mujer con la que estaba pagó por la cena y dejó una gran propina.
Un tipo hizo una reserva avisándonos que iba a proponerle casamiento a su pareja. Pidió una mesa especial y que el postre llevara escrito “¿Te casarías conmigo?” junto a una bengala. Llevé la torta a la mesa acompañado de mi encargado, quien llevó dos copas de champagne, mientras mis compañeros vitoreaban. Dejamos todo allí y seguimos trabajando. Acabaron discutiendo seriamente en voz baja y podía verse claramente que ella había rechazado su propuesta. En ese momento, llegaron tres de sus amigos y se sentaron a la mesa, todos estaban emocionados pensando que sus amigos acababan de comprometerse, pero pronto se dieron cuenta de que no había sido así. La mujer se fue y el hombre acabó emborrachándose junto a su amigos. Nos dejó un 20% de propina, lo cual fue muy amable considerando la noche de m*erda que había tenido.
Esto me sucedió en mi primer día de trabajo como camarero en un restaurante de sushi (tenía 17 años y muy poco don de gentes).
Se sentaron a comer una mujer de unos 60 años y un joven que no tendría más de 25. En medio de su comida fui a chequear su mesa y pregunté: “Aw, ¿así que hoy te toca almorzar con tu madre?”. Los dos me miraron seriamente y él me respondió: “Es mi novia”.
Les pedí disculpas y me fui de inmediato.
Una vez, vi a un hombre estrecharle la mano a su cita cuando ella la estiró para agarrar un poco de pan.
Era claramente una cita a ciegas. Ninguno de los dos se veía muy cómodo que digamos. Les llevé las bebidas, ambos agradecieron amablemente, llevé la comida y al retirar los platos les pregunté cómo había estado todo. El chico me miró exasperado y me respondió: “Bueno, la comida estuvo increíble pero me hubiera gustado que ELLA HABLARA MÁS”. La chica se puso roja como un tomate y a los pocos minutos me pidieron la cuenta. Pobre chica.
La cita comenzó bastante bien, algo incómoda, como suelen ser las primeras citas, pero al final de la noche ambos decidieron que no eran el uno para el otro. La mujer quiso pagar su parte, pero el hombre se negó diciendo que quería pagar él ya que ella lo acompañó durante la velada y le dio la oportunidad de cenar junto a ella. Pensé: “Aw, aunque no funcionara, este es un gesto muy bonito”. La mujer le agradeció y se subió a un taxi mientras yo me encargaba de cobrar la cuenta… la tarjeta del hombre acabó siendo denegada. Tuvo que llamar a su cita para que pagara toda la cuenta porque él no tenía dinero. Ella volvió a los 10 minutos mientras él se escondía en el baño porque no quería ni mirarla a los ojos. Fue triste porque la mujer ni siquiera estaba enojada, pero sí se veía molesta por el hecho de que el hombre se escondiera en lugar de darle las gracias. Fue INCOMODÍSIMO.
Entró al restaurante una pareja de unos 50 años, el hombre preguntó si alguien en el restaurante sabía hablar mandarín (era un restaurante chino), así que llamé al dueño. Resultó ser que ambos estaban casados y la esposa acababa de llegar de China, ella no hablaba inglés y su marido no hablaba mandarín.
El dueño estuvo media hora sentado con ellos oficiando de traductor…
Una vez tuve que atender a una pareja que cenaba en nuestro restaurante con bastante regularidad. Pidieron una botella de vino para compartir y la estaban pasando de maravilla. Unos 45 minutos después de que llegaran, en la mesa frente a ellos se sentó un grupo de varias personas. Cuando iba hacia la mesa de la pareja para ver, una de las personas de la mesa numerosa me llamó para preguntarme qué hacía Paul, su compañero, junto a esa señorita. Le respondí que estaban en una cita y que habían venido a cenar juntos en varias ocasiones. El caballero me miró incrédulo y exclamó: “¡Pero esta semana almorcé junto a él y su esposa Carol!”, y acto seguido pasó a comentar la situación con aquellos comensales que estaban familiarizados con Paul y Carol.
Claramente, Paul no estaba cenando con ella.
Una vez, me tocó atender al padre de una amiga mientras estaba en una cita con su novia. No sabía que el hombre se había divorciado de su esposa, así que durante mi descanso le envié un mensaje a mi amiga para decirle que lamentaba lo que había sucedido. La cuestión es que su padres no se habían separado pero, gracias a que saqué conclusiones precipitadas, ahora sí lo están.